sábado, 5 de julio de 2014

El mundo que muere. Hayao Miyazaki



Recientemente he visto repetidas veces algunas películas dirigidas por Hayao Miyazaki. Y hay varios temas recurrentes que me mantienen reflexionando después de haberlas visto.
 Nausicäa: Guerreros del viento, Porco Rosso y La Princesa  Mononoke se desarrollan en mundos que están por sufrir una profunda transformación. Lo que me atrae de dicha crisis es que no se concibe como absoluta, sino como proceso que se nos muestra: el mar de la decadencia amenaza a las naciones en Nausicäa; la consolidación de los Estados suprime la libertad de volar e impone condiciones a quienes deseen volar en Porco Rosso y, la era en que los bosques y sus espíritus y dioses gobernaban da paso al dominio del hombre.



Ninguno de los mundos en colisión es mejor moralmente, y los personajes protagónicos son aquellos capaces, no de sobreponerse al cambio o detenerlo o promoverlo, sino que reconocen las contradicciones y la inevitabilidad del cambio. A diferencia del héroe que "lucha", que "guía" o "libera", los personajes protagónicos de estas películas esgrimen en mi opinión una tranquilidad de ánimo aparentemente cimentada en la aceptación: Nausicäa acepta su muerte para calmar la ira de los insectos gigantes; Porco acepta que no hay lugar para él en el mundo que lo considera ilegal, y Ashitaka acepta la imposibilidad de salvar al bosque, salvar a los dioses antiguos y salvar a los hombres y sus fundiciones, él hace lo que puede... En este gesto de "hacer lo que puede" cada uno de estos personajes se aproxima empáticamente a la emergencia del nuevo mundo, al tiempo que reconoce las limitaciones del mundo en que nació, representado por los demás personajes asustados frente al cambio, o furiosamente apasionados del cambio. 



Tampoco podría decirse que estos héroes se adaptan, de hecho parte del encanto de estos personajes es la tragedia que padecen al morir un mundo en el que ellos se conocían y que ayudaron a construir. Porco Rosso no puede ser libre en la nueva realidad, donde para volar hay que pertenecer a una fuerza aérea o a una línea comercial, un caza recompensas no pertenece, a diferencia de la Federación de Piratas que se adapta renunciando parcialmente a su naturaleza y abrazando las apuestas como forma de vida en la nueva realidad financiera, que los obliga a pedir préstamos bancarios, ¡asunto más ridículo no puede haber, piratas solicitando préstamos bancarios! Ashitaka, en cambio, permanece después de la derrota del dios Ciervo; sucede lo mismo con Nausicäa revivida por el poder creador de vida de los Omus (insectos gigantes).
Una cuestión más, los nuevos mundos no son "revolucionarios", no emergen de un amanecer, sino que el cambio sucede y la vida con sus contradicciones continúa. Los sujetos no son transformados por las epifanías, continúan siendo lo que eran ahora acompañados por otros, pues el mundo "anterior" también permanece, aunque vencido.
Ver estas películas donde no hay resolución final, sino sucesiones, es conmovedor y transmite una temporalidad que no vive los cambios como drásticos y melodramáticamente, como me parece sucede en Occidente. En Miyazaki en las sociedades posapocalípticas o apocalípticas la vida cotidiana se desarrolla a la par, los personajes duermen, comen, se ven superados por la vida, mientras que en Occidente, a mi ver, esas acciones simplemente desaparecen para dar paso "al cambio", a la tónica de supervivencia (narrada en un formato de acción), mientras que en Miyazaki la vida permanece casi inalterada.
Los mundos no se acaban en Miyazaki y eso me resulta conmovedor.
Y así sucede cuando disfruto algunas de estas historias.


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