miércoles, 30 de junio de 2010

Atenco, Atenco, Atenco...


Hugo me dice que no, que no consideremos que la Suprema Corte de inJusticia de la Nación se ha vuelto de Justicia finalmente..., no es un "triunfo" de la abstracta justicia que "inspira" --nunca por lo regular, a veces como ahora sí-- a los magistrados, es un triunfo de la movilización, de la organización: América solicita asilo político en Venezuela y atrae la atención internacional hacia la injusticia y desvergüenza con que el Estado Mexicano oprime al pueblo que dice gobernar; premios nobel suscriben una carta dirigida a FCH en atención a los presos políticos de Atenco y las condenas que, por absurdas dejan ver "a las claras" la violencia y escarmiento que se quiere dar a quienes se encuentren en el camino entre la ambición insaciable (necesito deletrarlo para atraer sus ojos: in-sa-cia-ble) de los poderosos y los bienes que ambicionan: más de cien años, emblemático número el de la condena que pesaba sobre Ignacio Valle si pensamos que estamos en el 2010, si pensamos que la justicia social no sólo se ha ido aplazando a lo largo de las últimas década, sino que ahora no es tema de política, el tema es la atronadora tonada del despojo. No es un triunfo de la SCJN, sino de la presión que supieron ejercer quienes apoyaron a estos 12 presos políticos, se organizaron, lograron reahcerse de su derecho a tomar la palabra, a levantar la voz...
Tuvieron que pasar cerca de 4 años, gestiones, y atraer la reprobatoria mirada internacional hacia México para liberar a quienes no debieron ser encarcelados, con esto se conforma nuestro pueblo desde siempre, con la liberación de algunos, es decir, con la "enmienda" de una injusticia, nunca con la justicia propiamente dicha, que implicaría el castigo a los violadores de las mujeres de Atenco, el castigo a las autoridades responsables de la violación a los derechos humanos de los pobladores, el castigo a quienes dictaron dichas condenas

Abajo, la escritura conmovedora de Adolfo Gilly, pieza retórica impecable, pues la altura moral de quien la suscribe es no la voz de la conciencia, sino la de la memoria viva de quien padeció la injusticia y vivió la rectificación por la misma vía que ahora lo hacen los de Atenco..., desde esa altura moral Adolfo Gilly dirige una carta "respetuosa" a los magistrados, recordándoles lo que miran todos los días en el recinto donde "hacen justicia", los murales sobre el 68, los zapatos huérfanos, la persecución, la fuerza sobre el débil. Los presos ferrocarrileros cuyo delito fue ejercer su derecho.

La verdader altura de la carta de Gilly no es para mí solo la que clama por la liberación de los 12 de Atenco, sino también la que toma a Atenco y a sus presos como tribuna para hablar de la lucha milenaria del pueblo: "El único 'delito' que había cometido ese pueblo, ustedes bien lo saben, era el que viene cometiendo el pueblo mexicano desde tiempo inmemorial: defender sus tierras, sus aguas y sus bienes contra la usurpación y el despojo."

Y es que esa frase admonitoria "ustedes bien lo saben" lo es todo: ¿cómo negar el amparo a sabiendas de que el derecho se disfrazó perversamente de delito?, afirmar que los jueces saben y que lo saben a profundidad, sin duda alguna, es indiciarlos para lo pasado y para lo futuro, acorralarlos (casi al final repite el recurso). Y qué decir de las preguntas retóricas que salpican el texto... otras cercas bien colocadas que orillan al lector y aún más "respetuosamente" a los magistrados a someterse al juicio implacable de la memoria de los pueblos. Y así, lo que era una carta de petición, iniciada desde una humilde enunciación se va elevando sin dejar el tono morigerado, para concluir con la voz henchida: "En derecho y en conciencia, quieran dictar ustedes la libertad inmediata de los 12 presos de San Salvador Atenco", a estos hombres les asiste el derecho y a los magistrados la buena conciencia, sin la cual no hay derecho sino injusticia; y la aplicación del derecho se vuelve un acto de voluntad que se enuncia en un modo de lo deseable, de lo futuro, pero en este contexto casi de la demanda entredientes: "quieran ustedes"...

En seguida, el magnífico texto...



Con el debido respeto

Adolfo Gilly

A los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

Señores magistrados:

Me atrevo a dirigirme a ustedes, siendo casi lego pero no del todo en doctrina jurídica, para tocar el caso de los 12 presos de San Salvador Atenco, que con ese nombre han quedado ya en las crónicas de esta primera década del siglo y posiblemente con ese mismo pasarán a la historia jurídica y social de nuestro país. Así también quedaron con nombres genéricos los presos ferrocarrileros –11 años estuvieron encarcelados Demetrio Vallejo y Valentín Campa sólo por haber encabezado una huelga– o los presos del 68, que salieron de Lecumberri en 1971 libres de culpa y cargo, pero despues de tres años de encierro totalmente infundado.

Esos procesos contribuyeron a corromper nuestro sistema jurídico y a destruir la confianza en la justicia como recurso último ante los abusos del poder. A historias como esas pertenece el caso que ustedes tienen bajo juicio. ¿Es que no se han terminado? ¿Es que tendremos presos de Atenco por años todavía? ¿Van ustedes a avalar con su voto las atrocidades jurídicas, procedimentales y morales de las instancias inferiores?

Tengo la debilidad de esperar que no, que esta vez no, que el voto de cada uno de ustedes pondrá un hasta aquí a esa historia oscura y repetida que, extraña paradoja, está descrita y condenada en los murales de José Clemente Orozco y de Rafael Cauduro en ese mismo edificio donde ustedes estudian los expedientes, deliberan los casos y dictan las sentencias. Miren una vez más, les pido por favor, el gran mural de Cauduro en el cubo de la escalera. Allí está pintada la represión de 1968, las cárceles adonde fueron a parar los estudiantes, las torturas a las que fueron sometidos, la policía cargando sobre ellos, los muertos, la sangre y los zapatos huérfanos en las calles.

El 4 de mayo de 2006 esas escenas se repitieron, a la debida escala, en un pequeño pueblo del Estado de México, San Salvador Atenco. Sobre él se desató la violencia sin frenos ni medida de miles de policías que mataron, golpearon, robaron, vejaron y violaron. El único delito que había cometido ese pueblo, ustedes bien lo saben, era el que viene cometiendo el pueblo mexicano desde tiempo inmemorial: defender sus tierras, sus aguas y sus bienes contra la usurpación y el despojo.

¿Cual es entonces el delito punible? ¿A quién mataron, a quién robaron, a quién violaron los 12 presos de San Salvador Atenco? ¿Qué bién juridico, cuál principio de justicia se tutela con las sentencias que han recaído sobre ellos?

La cárcel es dura, sobre todo para quienes se saben inocentes. Hace pocas semanas estuvimos de visita, junto con Julieta Egurrola y Daniel Giménez Cacho, en el penal de Molino de Flores. Pudimos conversar con los nueve pobladores de Atenco allí encerrados desde hace cuatro años. Son jóvenes, son gente de trabajo. No se han dejado destruir por el encierro largo e injusto.

¿Pero por qué les estan destrozando sus vidas y las de sus familias, a ellos y a los otros tres que están, peor aún, en la cárcel de alta seguridad del Altiplano?

El proceso de San Salvador Atenco se ha convertido en un caso ejemplar. Sentará jurisprudencia. Nos dirá a todos, también a ustedes, cuál es el lugar y la imagen del supremo tribunal de la nación en estos tiempos terribles que México atraviesa.

En derecho y en conciencia, quieran dictar ustedes la libertad inmediata de los 12 presos de San Salvador Atenco. No permitan que la venganza siga tomando el lugar de la justicia en esta tierra mexicana. Ojalá. Esa es mi tenue pero terca esperanza.

Reciban mis atentos saludos.


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