En Normas para el parque humano, Peter Sloterdijk afirmaba, entre otros asuntos, que el proyecto humanista occidental originado en la Antigüedad y que continúo en el humanismo, se basa en que los libros son cartas enviadas a amigos que, en algún momento o lugar, responden o se incorporan a una magna correspondencia intelectual. La analogía establecida por Sloterdijk no es sólo eso, una analogía que hace de los libros heraldos entre amigos desconocidos, sino que muestra desde sus entrañas el rostro ineludible de un proyecto al que pertenecemos aún, me refiero al rostro de la escritura.
Iván Illich, quien dedicó su vida y obra a reflexionar, entre otros asuntos, acerca de las paradojas de nuestra sociedad educada y "moderna", publicó en 1993 En el viñedo del texto, obra donde señala amorosamente de qué manera el alfabeto, la página, el libro como lo conocemos ahora, moldearon la conciencia de los hombres, para Illich esto significa que, alfabeto, página, libro, son a grandes rasgos tecnologías que adquirieron sentido simbólico y transformaron la forma de vida de los hombres. Robert Darnton, Roger Chartier, Lucien Febvre, entre otros se han preocupado por el papel que han jugado los libros, el impreso, la lectura en la representación del mundo para las sociedades, sobre todo las modernas. Pérez Reverte publicó hace algunos años El club Dumas, agradable relato cuyo protagonista es un "cazador de libros raros", reviviendo la pasión por el libro como objeto, como poseedor y portador de poder, hacedor de mundos, como lo era en cierta forma el Necronomicón de Lovecraft. Los libros ya sea como "cartas a amigos", ya sea como instrumentos transformadores de conciencias o como piezas de colección están pues a la alza.
A pesar de que algunos crean que el libro va a ser sustituido por los medios electrónicos, no hay aún manera de competir contra las ventajas de tan estupendo artefacto. El libro es primero que nada portátil, requiere de la mínima energía para hacerlo funcionar y su durabilidad no ha sido todavía abatida por ningún otro "soporte". La página (y el libro mismo) ha moldeado de tal manera nuestra "lectura" que el Internet no ha logrado desembarazarse de su condicionamiento, pues la página del libro es ya hipertexto. No es pues el libro como objeto y su permanencia lo que Sloterdijk señala en su controversial conferencia, no. El filósofo resume en la analogía de la correspondencia la forma en que opera la gran tradición humanística basada en la escritura y su transmisión. Y es justamente esa transmisión la que está sufriendo desde hace algunas décadas interrupciones.
Los libros forman parte de una industria que hasta hace algunas décadas era autónoma e independiente. La figura del editor, forjada sobre todo a partir del surgimiento de la imprenta, daba sentido a una editora, ser editor significó mucho, significó todo para el libro y su sentido en las sociedades. Actualmente, padecemos un interesante fenómeno que quizá ha dado nombre a una era, la de la edición sin editores, según la ha denominado André Schiffrin, hijo del fundador de la colección La Bibliothèque de la Pléiade de la editorial Gallimard.
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