1985
Durante la mañana del 19 de septiembre de 1985 un terremoto sacudió la ciudad de México, durante muchos segundos el suelo no cesaba de moverse de un lado a otro y verticalmente. Entonces yo tenía 12 años, eran las primeras mañanas de la escuela secundaria. Después de concluido el sismo, algunas salimos de la escuela camino a casa, las autoridades estaban sin saber nada. Con los años he pensado que éramos como las hormigas cuyo hormiguero yo regaba con agua a pesar de los regaños de mi abuela "¿qué te han hecho?", como ellas estábamos desorientadas, sin embargo, las hormigas rápidamente se reagrupaban y rehacían animosamente, incansablemente su hormiguero..., nosotras caminábamos maquinalmente a casa, sin saber más nada. En casa mis padres desayunaban, el radio daba las noticias y entonces la nube de polvo que se dejaba respirar en las calles cobró sentido. Acompañé a una recientemente adquirida amiga a su casa, los multifamiliares Juárez a dos cuadras de mi casa..., llegamos y a pesar de lo que vimos seguíamos sin ponderar. Las torres yacían sobre la avenida, se miraban mantas, camas, árboles caídos, polvo, el interior de los pequeños departamentos como en una casa de muñecas. Regresé a casa por mi padre y para cuando habíamos vuelto las hormigas rehacían su casa...
De todas parte la gente llevaba picos, linternas, arneses, grúas, martillos, de pronto todo alcanzó nuevos sentidos. No había autoridad, no la necesitábamos. Yo llevaba y traía de casa a la zona de desastre, durante todo el días se rescataron personas, se organizaron los cuerpos, polvo, paliacates que imprivisaban tapabocas, sonrisas eventuales, fuerza... Las autoridades llegaron horas después, desplazando, irrespetando, saqueando...
Y la ciudad se llenó de penumbra durante al menos dos noches en la zona centro, durante semanas en otras colonias, estábamos sin luz, sin agua, sin gas, sin teléfonos..., los periódicos decían que la ciudad de México había sido destruida, todo era una zona de guerra, sin servicio de metro, algunos autobuses, sin diagnóstico..., y durante los días que siguieron las autoridades se vieron rebasadas por la organización magistral, irrefutable de los vecinos, de quienes perdieron casa, y personas. El olor a cuerpos en putrefacción, la falta de agua potable, las fugas de gas y el saqueo coronaban el paisaje como zona de desastre o de guerra.
2009
Vivimos desde hace una semana un estado de alerta, un virus que en principio era influenza imponía a las autoridades tomar medidas para evitar el contagio..., durante los días que siguieron una sola era la noticia de la radio, la televisión, los periódicos, los correos electrónicos, los blogs... el silencio mortal se hizo sentir en el transporte público, la mirada de las personas indagando el estado de salud de los demás y luego los "tapabocas", los acalladores de la dispersión del virus pero también imposibilitadores de la comunicación..., el miedo se esparció mucho más rápido y eficazmente que los tapabocas y que el virus mismo.
Hace dos semanas las preocupaciones se cifraban en las medidas del nuevo presidente de EU, en el estado de alerta y de ingobernabilidad e impunidad que priva en nuestro Estado y sociedad, el narco, los decabezados, los mensajes, las ejecuciones, los encuentros, la extorsión, el crimen organizado pues, era EL asunto de los diarios y de la vida pública..., además, claro de la crisis económica que azota a todo el mundo. No se hicieron esperar las teorías conspiracionistas, ni los brotes de fe, amor y amistad que emergieron a partir de la epidemia, que pronto se volvió pandemia al cruzar las fronteras.
No dejó de asombrarme la rápida, contundente e irrefutable concordia en todos los niveles de la sociedad y el gobierno: ni misas, ni cines, ni escuelas, ni restaurantes, ni antros..., obediencia, tapabocas, lavabos llenos, suspicacia al saludar a otras personas, silencio. Ante el temblor del lunes 28 de abril, no pude evitar contrastar la omnipresencia del Estado en todos los lugares, respecto de 1985 cuando el Estado desapareció y la sociedad emergió, aquella situación nos permitió apoderarnos de las calles de otra manera, mirarnos de otra manera..., no deja de asombrarme el nivel de pánico, la inacción, la pasividad... se dice poco, se acata todo. Los jóvenes que no vivieron el terremoto de 1985 porque estaban naciendo o por nacer, o que no vivieron la crisis de inicios de los 80s cuando lo anaqueles se quedaron vacíos durante semanas y los precios se duplicaron y triplicaron, viven esta "epidemia" sin antecedentes traumáticos con qué compararlos.
La mañana del 19 de septiembre de 1985 mis padres, ambos hijos de campesinos de Guerrero y de Chiapas, no estaban asustados, desayunaban comentando entre risas que las puertas se golpearon, que no podían sacar a mis hermanos de la cama, que uno de los loros estaba debajo del auto y temían que con el movimiento muriera aplastado... Tenían en su haber vivencial muchas catástrofes naturales: desbordamientos de ríos, terremotos, inundaciones, plaga de langostas... Ellos como la sociedad que se adueñó de sí misma y de su desgracia no sabían lo que había pasado exactamente esa mañana en la ciudad, pero entendían lo que debían hacer.
Ante la repetición de notas informativas sobre la epidemia, el tipo de virus, la discrepancia siempre entre las opiniones de los expertos, y la "solidaridad" del Estado y de los empresarios para con la situación de alerta pienso que tal vez saben lo que hacen, pero no sé si entendemos qué sucede...
3 comentarios:
Hola Mariana, me gustó mucho la forma de comparar ambos sucesos. Espero que esta cosa de la influenza traiga consigo, casi estoy segura de que así será, un cambio en las costumbres. Tal vez todos empecemos a entender qué es esto una vez que pase un poco de tiempo. Yo me esfuerzo.
Un abrazo, nos vemos pronto.
Pues de esto se trata Naye, de hacer del ocio no un neg-ocio, sino ese estado productivo del pensamiento, así que me da gusto leerte y saber de ti por aquí.
Un abrazo fuerte, nos vemos el viernes!
Buenas noches profesora (bueno, sé que cuando lea el comentario la hora habrá cambiado pero aún no me puedo quitar la costumbre de poner un horario a mis saludos), espero se encuentre muy bien. Desde hace algún tiempo que leo este espacio, aparte de su blog de investigación. Creo que no hay mucho que yo pueda decir al respecto sobre ambos sucesos (más tomando en cuenta que cuando sucedió lo del temblor yo todavía no existía) pero me parece muy interesante la semejanza, claro, vista desde las perspectivas que usted nos ofrece. Aparte de su experiencia he tenido la oportunidad de escuchar la de mis padres y alguna vez la de mi abuela, que no distan mucho del asombro e incredulidad de las que usted ha hablado. Sin duda comparto su opinión de que estamos muy lejos de comprender lo que acontece día a día (yo no puedo ni siquiera comprender mi pequeña y simple vida) pero bueno, imagino que debe ser parte del andar errabundo que es la vida. Quizás después de todo nos quede sólo la solidaridad, los unos a los otros, nada más, por qué, aunque me pese sonar pesimista, pienso en lo lejos que estamos de comprender todo alguna vez. Y creo, sin duda alguna, que aún a pesar de toda luz que llegue a esclarecernos, esto y lo que siga será siempre como un ejercicio de caminata en la niebla.
Me agradan todos sus comentarios, los análisis minuciosos y la reflexión apasionada que leo siempre que entro a sus blogs. La verdad es muy reconfortante encontrarse con este tipo de espacios. Debo en especial felicitarla por el artículo anterior “todo lo que uno quiere” en su momento dado me gusto mucho por la sensatez y la sensibilidad, ahora que he pasado por algunos sucesos que han ahondado en mí muchísimo y me han llevado más a la melancolía que a la dicha es más claro lo que trataba de decir en esa breve, sincera y sensitiva confesión (incluso he de admitir que descargué la canción y de un momento a otro algo me mueve a escucharla). Muchas gracias por este espacio.
Atte. Jorge Alberto Gonzáles Puebla.
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