miércoles, 28 de noviembre de 2007

Cantos de Venus, segunda entrega

Y también están los juicios radicales de Harold Bloom para quien la escritura de las minorías autoproclamadas como marginadas se escribe desde la poética del resentimiento, por supuesto la llamada literatura femenina es uno de esos resentimientos contra la cada vez menos monolítica y única institución del canon. Para este tipo de pensadores hay un ejército de escritoras feroces como Ana Lilia Vega o Rosario Ferré, esta última nos obsequia con un irreverente Coloquio de las perras que en un repaso por ese querido canon literario latinoamericano no dejan en pie la obra de ningún consagrado, a saber, García Marquez o Cortázar. Eso sí, siempre priva el buen humor entre estas perras escritoras, porque a diferencia de otras épocas ya no se toman en serio lo que dicen algunos hombres por muy importantes y reconocidos como el señor Bloom. Y es que así de pronto las mujeres pasaron del llanto o el rasgado de vestidos por su dramática existencia a la inteligente sonrisa, a la burla feroz, a la certeza de que respecto a la igualdad o a la equidad es cuestión de tiempo y lucha, y las mujeres, insisto, saben ser pacientes y luchar.

Estas luchas parecen estar escalonadas y se habían heredado con todo y se efervescencia, y con la efervescencia por la igualdad y luego por la equidad, por la libertad, se heredaba también el discurso que sustentaba la lucha, una lucha sin lugar a dudas justa. Y ahí en el paso del discurso con sus reformulaciones se encuentra una de las fortalezas y de las debilidades entre generaciones, porque lo más sencillo ha sido comprender este discurso, adoptarlo y encariñarse con él, repetirlo, enseñarlo. Ahora el discurso a muchas les ha resultado un lastre más, la imposición de ser libres de una cierta manera, de pronto se dejó de vivir el discurso porque sólo viviéndolo puede reformularse desde lo vital.

En este sentido cada generación de mujeres lucha con el horizonte donde nació, con sus pares y el asunto es que el margen entre generaciones se ha venido estrechando de tal manera que el enfrentamiento de cada grupo con su horizonte se empalma con las luchas del resto de los grupos y eso nos da un panorama de mezcla y vitalidad. Como nunca parece que ahora la brecha debe ser menor, que ahora los intercambios deben ser próximos, impera de pronto un caos donde hay tantos cantos de Venus que atruenan los oídos. Algunas piensan que este estado de efervescencia impide encauzar las fuerzas hacia objetivos claros y comunes como en épocas anteriores, yo considero que es un caldo nutricio maravilloso en el que cada mujer tendrá que armarse de sus preguntas y de sus respuestas, en que cada una tendrá que ir a la acción por su propia vida. Sí, por su propia vida, la que no está en el currículum, la que no ve nadie más, la que ella habita de alguna manera que muchas veces se contradice con el discurso.

Pero la consulta de mi amigo se quedó un poco en el aire, ¿recuerdan?, mi querido amigo me preguntaba si yo conocía alguna fuente literaria sobre la amistad entre mujeres, un testimonio que derribara el dicho de que el peor enemigo de una mujer es otra mujer, supongo que este dicho la incluye a una misma, es decir: yo siendo mujer soy mi peor enemiga. Y eso me hace retornar al lema revolucionario francés “libertad, igualdad y fraternidad”. Las mujeres se han ocupado de las dos primeras partes a lo largo de los siglos XIX y XX, y es a finales de la centuria pasada que surge la pregunta por la “fraternidad” femenina. Digo que surge la pregunta porque en mi experiencia la amistad entre mujeres ha sido todo un reto, en la literatura encontramos profusamente demostrado el dicho de que las mujeres son enemigas de las mujeres, al menos entre estos personajes lo más común es la envidia, los celos, la discordia, la ambición: madres que repudian a sus hijas, hermanas que colaboran a su mutua perdición, amigas unidas por odio o rencor. Sí, ya sé, son personajes, no personas, son símbolos, son construcciones de sentido, sí, es cierto, pero también es cierto que cuando estas construcciones se endurecen con el tiempo logran que sea la literatura la que haga la vida y no al revés, como bien sabía Oscar Wilde (La decadencia de la mentira). El camino para la libertad femenina parecía exigir que se hiciera en soledad, las condiciones implicaban que las mujeres se incrustaban en ámbitos exclusivamente masculinos y entonces eran pioneras solas, sin un par con quien hablar, y si han tenido la oportunidad de ver la película Las horas o de leer esta novela de Michael Cunningham recordarán que la desesperación en el caso de Virginia y sobre todo en el de la señora Brown estribaba en que no había otro ser humano, otra mujer con quien compartir. Y aquí es donde aparece el asunto generacional del que les hablaba, en la tercera historia que teje Cunningham lo que hay son mujeres que conviven, que se encuentran, que se aman, que escuchan, se teje una red de contención. Hay muchas mujeres que hacen esto con sus hermanas dentro de sus familias, pero ¿qué pasa cuando deliberadamente con las mujeres que nos rodean establecemos la sororidad? (soror en latín significa “hermana”, “prima”, “compañera”). Qué pasa entonces. Entonces tiene sentido ser libres en relaciones de equidad. La sororidad y no la soledad sonora de Dickinson, de Woolf, de Duras, de Storni, de Murillo.Y en este punto es cuando debo hablar de mí.

He tenido a lo largo de mi vida muchas amigas, algunas “manitas” en la infancia, pero hasta ahora tengo hermanas. Y es que me cansé de emplear un discurso para hablar con las demás mujeres, me cansé de estar a la defensiva intelectual, de ser una indigna representante de mi género si no era lo que las demás mujeres deseaban que yo fuera, y todo era una sensación de siempre estar mirándome yo misma lo que me dolía. Aquí en esta Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM donde nos preciamos de conocer y preguntar desde el solio del pensamiento, las cosas menudas como la vida son asunto de cada quien. Y eso me asfixiaba, no podía (ni he podido hasta la fecha) pasar en una conversación con mis maestras académicas, con mis mentoras de la charla teórica a la vida; con mis amigas y compañeras de cursos charlar de la vida era la labor de la queja incesante. Era en esos momentos en que leía a Lispector, a Yourcenar, a Storni, a Beltrán, a Mansfield, porque necesitaba escucharlas, necesitaba escuchar sus historias y algo me consolaban. Fue entonces que reparé más aún en la “fraternidad” masculina, en los términos “valedor”, “compa”, “cuate” y otros, y entonces algunas jóvenes comenzaron a utilizar de manera interesante el apelativo “güey”. Algo flotaba en el ambiente.

Yo he construido la sororidad en el reconocimiento de mis flaquezas, y no ha sido en las aulas, ni en los eventos académicos, ni en las discusiones sesudas del lenguaje teórico, sino en la intimidad de la vida, en la sala de mi casa, lavando ropa, llamando por teléfono, interesándome por Aimé, por Ivonne, mis hermanas, que no son mis hermanas, pero nosotras decidimos que cada quien necesitaba una hermana y así con la voluntad de preguntarnos y conocernos, con la voluntad no sólo de escuchar sino de actuar, sin el deseo de enseñarnos nada porque de esto ninguna sabe nada, nos sentamos en nuestro círculo para contarnos historias (Mujeres que corren con los lobos).

Y así vuelvo a la invitación de Ismene, a los motivos de Ismene. Ella me compartía la historia de este evento, de por qué muchas jóvenes estudiantes no participaban en los encuentros estudiantiles (pero eso sí cómo se quejan de la falta de espacios), yo le decía que las mujeres comparten su poesía en su casa, en el café, en algún espacio menos árido que esta mesas, y tal vez estén un poquito temerosas de no decir el discurso espejo en que el resto de las mujeres se miren. Aimé, mi hermana, me lee sus poemas al teléfono, mientras del otro lado yo lavo, cocino, hago ejercicio; a veces me lee en su casa después de comer o charlar o al mismo tiempo mientras uno de sus hijos la abraza o me pide que mire alguna gracia de su mascota. Siempre estamos de prisa y nos reímos mucho, sobre todo eso, reímos mucho. Con gusto miro que algunas jóvenes mujeres en este caos de cantos venusinos escuchan, hablan, caminan, corren, hay algo en el ambiente, suena la sororidad por todas partes es cuestión, como siempre lo han sabido nuestras hermanas mayores, de tiempo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

que lastima que algunos ...
ya no dejan que la mente actue
se pierden entre mares y ensueños de burdos colores...
similares a todos
ya no ven las estrellas..
ya no ven las flores
y asi tan pocos quedamos
y asi la vida nos enseña
que somos pocos los que pensamos...
en alimentar el saber
sentir y desafiar
vivir y demostrar
soñar y PENSAR

Anónimo dijo...

hay un sentido despectivo en lo doméstico, como si escribir sobre la casa y crear desde la casa no tuviera el mérito que tiene el "estudio", creo que esto de recuperar la recreación del espacio creacional es indiscutible. debería haber más libros desde "la cocina", "el baño","la zotehuela". Pero hay tiempo, eso sí, y paciencia.
Me gusta esa parte donde escuchas a tus hermanas mientras haces otras cosas, la imagen de lo cotidiano con la experiencia estética de escuchar y comentar poesía.
abrazos fraternales,
brenda ríos

Unknown dijo...

Gracias por dejar tu comentario, Brenda. Sobre lo que anotas en cuanto alo despectivo en lo doméstico, "como si escribir sobre la casa y crear desde la casa no tuviera el mérito que tiene el 'estudio'"; creo que hay un asunto difícil de zanjar al respecto. Los libros y la escritura requieren (física y espiritualmente) de espacios suyos, no transigen con otros objetos y creo que es lo mismo que sucede con la cocina. Cocinar requiere de un espacio, utensilios, tiempo, por muy rudimentarios que éstos sean lo requieren. Supongo, además, que depende profundamente de cada mujer, yo cuando cocino, cocino, me meto en esa actividad hasta los codos, y cuando leo y escribo, lo hago en mi estudio de donde hago viajes a la cocina por café...

brenda ríos dijo...

perdona la falta de claridad: quise decir que se puede escribir en la cocina, físicamente, o en la lavadora mientras esperas que esté lista tu ropa, o leer en el baño, etc, y también hablar de estos espacios "menores" como lugares de encuentro, de discusión. Por supuesto que si tienes estudio para encerrarte está muy bien, la "habitación propia"... claro, hacer una tesis en la cocina lo veo más complicado...