por Mariana Ozuna Castañeda
A diferencia de la familia
los amigos se escogen
(dicho popular),
y, ¿acaso no son algunos amigos
la otra familia por elección?
A mis hermanas Aimée Solano, Ivonne García
Hace unas semanas, cuando Rafa e Ismene me invitaron a este evento (Encuentro Intergeneracional de Creadoras, México, UNAM, 2006) tuve una impresión terrible, la impresión de que querían que hablara de algo de lo que no sé nada, de mujeres. Siguiendo esa impresión dije a ambos entusiastas que yo no podría hablar nada sobre mujeres, que no sé nada de feminismo, ni de creadoras, que de lo único que algo sé sin mucha seguridad es de mí, su respuesta fue como ellos, entusiasta, dijeron que sí, que hablara de eso, y yo me pensé: “Seguro alguien les ha cancelado y no hay con quien llenar el medio tiempo”, sólo así me explicaba que aceptaran mi ególatra propuesta.
Y aquí estoy, con estas líneas previas advierto al auditorio, me disculpo y espero no sólo captar deliberadamente su benevolencia, sino recibirla.
Soy una amante de los siglos XVIII y XIX, y como tal no he podido evitar reparar como mujer en algunos de los legados verbales de esas épocas signadas por el pensamiento racionalista e intensamente emotivo, frases como “We the people” (“Nosotros el pueblo”) o mejor aún “Libertad, igualdad, fraternidad” me arrancan una sonrisa. Solía preguntarme ¿a quienes contemplaba ese “we”?, y después me pareció claro que de acuerdo con la raíz del término “fraternidad” del lema revolucionario francés, ésta se refiere a un lazo exclusivo de los varones: frater significa “hermano”.
En otro momento (no sé precisar si antes o después) un amigo querido --José Ascención López Sandoval-- me hizo una consulta espeluznante: "Mariana, ¿conoces de algún tratado de la amistad realizado por mujeres, o algún texto literario donde como Aquiles y Patroclo se alabe un lazo de amor entre dos personajes femeninos? Espero que a las mentes de ustedes lleguen en avalancha respuestas afirmativas para esta pregunta, a mí no me llegó ninguna, ninguna de la antigüedad y envergadura de la de Aquiles y Patroclo, ninguna como la de ese enternecido amor del Adriano de Marguerite Yourcenar que no se cansó de nombrar ciudades, ni de levantar estatuas para Antínoo. Ahí agazapada en el Lelio de Cicerón, en la obra de Plutarco, en la de Suetonio, en la ingente correspondencia de Voltaire, incluso en la frase “el hombre es lobo del hombre” se invoca a la hermosa “fraternidad”. Los varones han aprendido a ser hermanos, no importando si entre ellos no hay amistad profunda. Me dirán que también han privado desprecios absolutos, sí, amistad y odio pueden darse entre los fráteres, y para cuando se odian crearon a Caín y Abel, la imagen que conjura ese terrible sentimiento.
Hace cuatro años la editorial madrileña Pre-Textos publicó una edición de la poesía de Emily Dickinson con el sugerente título La soledad sonora, evidentemente apelaba a la vida de autorreclusión de la poetisa estadunidense, un caso semejante, aunque menos dramático ocurrió en México también durante el siglo XIX en la persona de Josefa Murillo, poetisa del pueblo de Tlacotalpan en Veracruz. En ambos casos estas mujeres se encontraron haciendo sonar su soledad, la naturaleza se convirtió en el código de un mundo interior, de esa habitación propia que nos aconseja tener Virgina Woolf, de esas caminatas temerarias en que Simone de Beauvoir aprendía a valerse por sí misma. Soledad a veces es independencia, a veces es también duro monólogo.
Reconozco que siempre he visto en la trágica soledad de muchas mujeres creadoras, de mujeres personaje, de mujeres que se encuentran actualmente en cada escaño de la sociedad un halo sobre sus cabezas, no sé de qué manera la soledad se fue convirtiendo en una condición para formar parte de esa especie conocida como mujer liberada. El dicho que aún corre por estos pasillos de “mujer que sabe latín, ni pesca marido ni tiene buen fin” suena trágico, pero con sus tintes dramáticos logra parecer heroico. Incansables las mujeres del siglo XX no han dejado de luchar, de esforzarse por alcanzar y exigir que se les considere en ese “we” de “we the people” con que inicia la Constitución estadunidense, o por obtener la libertad y la igualdad del lema revolucionario francés. Las mujeres no dejan de luchar por los derechos de otras mujeres en el mundo, por el acceso al poder de decisión, primero se luchó por la “igualdad”, ahora se habla de “equidad”, más y más organizaciones nacen con estos propósitos o semejantes.
Hace poco se publicó un interesante libro El primer sexo (Estados Unidos, Random House, 1999) de la antropóloga Helen Fisher, texto deliberadamente provocador desde su título. Los títulos de cada capítulo son como el del libro, establecen una relación intertextual. Para Fisher la igualdad proclamada y exigida por muchas mujeres no es algo que beneficie a las propias mujeres, de hecho toda la argumentación de su libro gira en torno a lo opuesto, Fisher enfatiza acerca de las marcadas diferencias entre los seres humanos y en especial entre los géneros. Con ayuda de abundante material científico que demuestra cuáles son las capacidades innatas femeninas, Fisher "prueba" por qué las mujeres son actualmente el primer sexo, sí, como lo oyen.
La introducción del libro se titula “Una proposición inmodesta”, ahí a partir de un estudio sobre la evolución de los grupos humanos durante la prehistoria resulta que los hombres fueron y son cazadores, es decir, concentran su pensamiento y energía en un objetivo, la presa, mientras las mujeres logran diversificar su atención y tienen mayor capacidad verbal; Fisher proclama así que el modo holístico de percibir la realidad es propio de las mujeres y que es eso lo que les ha permitido revolucionar el siglo XX y lo que les permitirá cambiar el mundo durante el siglo en que ya vivimos. Sin duda interesante, cuando leí este libro no pude quitarme el sabor revanchista de la boca, un sabor agridulce por supuesto, como el que nos proporciona cualquier chiste misógino o antimachista, ya que como bien sabemos este tipo de bromas por lo general tienen doble versión basta cambiar el género del blanco en cuestión. Fisher menciona que las aptitudes específicamente femeninas son: mayor facilidad de expresión verbal y no verbal, astucia, sentido común, capacidad de negociación... leerlo me arrancó varias sonrisas como cuando recuerdo el “we” de “we the people...”
2 comentarios:
querida: grata es la sorpresa y enorme el placer, compartir libros e ideas es algo que va más allá de referencias biblográficas, es algo que se vincula con nuestra referencia de tiempo y asuntos del espíritu vago, mas no difuso, mas no disperso (bueno en mi caso sí)...
"la loca de la casa" de rosa montero te hará reír con la risa doliente del que escucha verdades: "cuando un hombre escribe los demás creen que habla de la humanidad, del género humano; cuando una mujer escribe todos aluden a que sólo habla por ella"...
besos y enhorabuena!!!
amiga: tu texto me hizo muy feliz. Me arrancó risas que tenía guardadas desde aquella lectura en los Cantos de Venus. Me da tanto gusto que, poco a poco, vayas decidiéndote a sacar públicamente todas estas cosas hermosas que nos has dado, pero como a escondidas; que también nos des esta escritura frágil para que podamos volver a ella y recordar esas primeras sonrisas. Aquí te voy a seguir leyendo, y por lo pronto te dejo un abrazo cariñoso
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