lunes, 21 de septiembre de 2009

El país de la inverecundia




Hoy un amigo de la UAM-X me refería la pregunta de un colega argentino, quien ante el estado de desgracia en que se encuentra México decía "¿Y el estallido social?", mi amigo le respondió: "Un país donde hay 20 muertos como cuota mínima diariamente, es un país que está viviendo ya ese estallido social". Una colega y querida amiga, investigadora de la Universidad de Ciudad Juárez Clara Eugenia Rojas, participó en el proceso de construcción de los discursos femeninos en torno a los asesinatos de mujeres que han llamado la atención internacional, pero sólo la atención (¿o curiosidad?).

A lo largo de los últimos quince años en que confieso sí he estado en uso de mi razón plenamente (antes me mantenía al cobijo obnubilador del pater familias) parece que todas las crisis económicas y sociales se han recrudecido. El asunto de un estallido social actual captó mis neuronas, sí, 20 muertos como cuota diaria, la violencia como principio de las relaciones interpersonales (la violencia no sólo física, sino la otra, la que lesiona los derechos de todos, la que discrimina, chantajea, hace menos, vuelve invisibles a muchos, arrebata la palabra a otros, acalla a todos, etc.), la violencia diaria de no tener para comer, para el pasaje, que las mayorías acepten la superivivencia como vida verdadera, el malestar de la impunidad que contamina todo y que nos vuelve de manera inmediata en cínicos, peor aún inocula en nosotros la inverecundia con la que nos atrevemos a menoscabarle a todos los que nos rodean el derecho a la honestidad: lo mismo el Secretario de Hacienda, el Gobernador del Banco de México, que el "presidente" de la República --quien en voz alta y con total inverecundia declara que el pueblo debe hacer un sacrificio ante la crisis--, esa misma cara dura la tenemos en los empleados que pueden decirle a una colega "usted nos dijo que sí", mientras dicha colega se mantiene en su dicho "no, yo siempre le dije que no". Y es que no hablo sino de aquello que se conocía como decoro y que depués fue suplido en nuestra sociedad por la palabreja "decencia", y detrás de la cual se asoma algo esencial: el respeto. No se trata de que a todo digamos que sí, no se trata de que el empleado nos dé la razón, sino de que tenga "decencia" para decirnos que no, lo otro es tratarnos con "desvergüenza". En seguida algunos hechos en los que se nos trata así.

Y como nota aparte, conversando hace semanas con alguien muy querido me hacía ver el pesimismo o negrura de trazo detrás de los cartones de Helguera (ver la imagen de arriba "Secuestrado, 3er informe de gobierno), y me llamaba la atención sobre el quehacer de un monero que parece ya no puede reírse, como si la risa subversiva, pensante, hubiera sido acorralada por los rostros llorones de la tragedia cotidiana. En una tradición "monera" como la mexicana, ¿cómo podremos leer este hecho?






1 comentario:

Roberto Cruz Arzabal dijo...

Sí, el estallido social parece estar aquí. Sí y no. El estallido es el de unos cuantos, el de los poderosos (con el poder del dinero, el de las armas, o el de ambos), el de las élites deformadas por el ansia de poseer cada vez más. Es es el estallido que presenciamos, no es la venganza de un pueblo en el hartazgo, no es el desquite del oprimido; son, más bien, las máscaras que usa la bota del otrora dictador.
Hace unas semanas, Fernando Escalante Gonzalbo, en su columna del diario Razón, escribía sobre el cambio que notaba en los moneros mexicanos. Ya no existía ese humor cáustico, pero risible, a lo Abel Quezada. Lo que quedaba en ellos, en la gran mayoría, era la ira, la burla soez, el nulo crédito por quien representaba posiciones ideológicas distintas. La amargura.
Quién sabe si algún día llegue el estallido, quién sabe si algún día mejore el estado de las cosas. Mientras tanto, queda sólo la amargura, la aparente resignación.